Dios me cagó la vida
Mi vieja se escandalizaría, pero yo tengo una fe. Una fe bien mía, un rito que me salvó del abismo cuando me dejó mi ex: terapia o religión, cada tanto, solo cada tanto, dejo de escribir y de ver fútbol, y salgo a recorrer los bares en busca de algún consuelo con piernas de mujer o, en el mejor de los casos, en los puños de algún gigantón. Una de dos. Los bares de Constitución no son un lugar para andar con medias tintas: o tengo la suerte de saber llevar una billetera abultada y el cariño que se compra, o me entrego a la adrenalina de las miradas perdidas, los insultos cruzados y la sensación viscosa y metálica de la sangre en la boca. Esa noche necesitaba historias, pero historias “que valgan su pena, Casas, por qué si sigue así no viene más”, según las palabras de Butera, el Director del magazine deportivo “El potrero” donde, desde hace un tiempo, andaba lamentando y reciclando historias aburridas en el barrio de La Boca y alrededores. El tipo era grande como una puerta y se tomó u