El tiempo nos cagó a pelotazos

 


—José, usted se está pudriendo por estar triste —y se seca la frente con un pañuelo azul que saca del guardapolvo.

No puedo dejar de pensar en qué profesión rara la del médico, quizá la más vital y necesaria, sin dudas, quizá la más insensible de todas, también. Uno supone que un oncólogo debería manejar el afecto de un padre o de un compañero. Continúa anotando algo en un papel, sin mirarme, como ignorando que acaba de sentenciar mi muerte. Hace un calor bárbaro y en el hospital no hay más ventilación que las correntadas que se forman entre los pasillos de las salas de consultorios y las de terapia. Aunque la indicación es que deben estar cerradas, los enfermeros las traban con baldes llenos de agua, así el aire pasa y alivia un poco el verano. Yo todavía no estoy listo para el infierno. De repente, siento como si un sacudón me arrastrara hacia atrás, me tomara de la remera o del cuello, me inmovilizara, me arrancara de la camilla, lejos, cada vez más lejos del consultorio, del doctor Ramos y de todo tiempo venidero. Los segundos se estiran, los puedo sentir pegajosos, pesados como el hedor de un muerto, de lo que se pudre acá adentro, como un chicle que se me pega en el pelo… pelo largo si los tuve en mis años luminosos, años de esquina, birra y rock.

Cómo iría a explicarle yo a todas esas sonrisas con distintas muecas y alturas, con espacios entre los dientes, con ojos rasgados, piel marcada por la tierra seca, el agua de zanja y el sol, que ahora soy un hombre triste y con certificado de defunción... Sigo corriendo para atrás, remolcado por esta sensación vacía que vomitaron y vomitan las palabras de Ramos, que retumban en este abatimiento, en este cuerpo corrompido, derrotado. Esta ensoñación despojada de cualquier unidad de tiempo (sé dónde comienza: “se está pudriendo por estar triste”) que me devuelve a las callecitas de mi barrio, la pelota y los pies descalzos, la cancha de Chitoro, Chitoro clavando los arcos, Chitoro renegando porque no ayudamos. ¡Pelu! ¡Pelu! Grito fuerte y levanto las manos, y el Pelu la pisa un poco más, con ese arrojo descarado que tiene el enano, pero me la va a pasar y vamos a gritarlo juntos, lo sé, y después quizá vayamos a abrir las bolsas de basura, a juntar botellas, cartón, bronce si tenemos suerte, para comprarnos la Coca Cola, o una pelota o la camiseta de Boca que venden cerca de la Estación Constitución para papá. Yo, que te empujé para que no te rindas, mirame ahora, mirame ahora, Pelusa, yéndome de tristeza, qué sé yo, de aburrimiento. 

A mí que nunca… que nunca creí en estas cosas y ahora me apuñalan por atrás, a traición. Y escucho sus palabras... mi amor, estoy acá, me dice al oído tu voz suave y femenina, si fuiste mamá antes de ser mamá, si fuiste mi mujer antes de ser mi mujer. Y me retás, casi que me suplicás, cuídate, gordo, que mañana jugás. Andá a dormir, gordo, que mañana te van a ver y vas a terminar ahí, jugando con él, si él ya te lo dijo, gordo, Diego ya te lo dijo, vos sos mejor que él. Pero qué terco, mi amor, qué terco y qué pelotudo que soy, y cuánto te extraño, mi amor, vení, acercate…

Estiro mi mano y no estás, Ramos levanta la mirada y me devuelve al consultorio, que ahora se siente helado, ese frío que quema, solitario. Las paredes y el techo flamean, como la bandera de Argentinos cuando llegábamos al predio de Malvinas con los botines en la mano. Fuerzo los ojos, los aprieto, ruego empezar todo de nuevo. Colarnos en el tren ahí en Fiorito, correr por los vagones, molestar a las viejas, sentarnos en los estribos, cruzar el puente Alsina que era como el que vimos en esa película cuando nos metimos por la ventana del baño del Cine Taricco… Los papelitos que escribíamos con los nombres de la Cecilia, la Claudia, a ver cuál me tocaba y cómo te sonreías, eso sí recuerdo, amigo, te brillaban los ojos cada vez que la veías pasar. Hice trampa, ahora te lo cuento, yo sabía que tu papel decía Claudia, y a mí también me gustaba, pero vos estabas feliz y yo quería que sigas dándome la pelota y que juguemos juntos en la Selección y que ganemos la Copa del Mundo. 

Todos los recuerdos me pasan ahora a los costados, tan rápidos y tan extraños, como si no fueran míos, como si no me correspondieran, eso que sentía cada vez que levantaba apenas la cabeza y miraba por la ventana en el asiento de atrás de un patrullero. Pero siempre nos reíamos, siempre con una joda o un dicho o una costumbre. Esa capacidad para contar cuentos que nos contagió Chitoro. Y yo era feliz y siempre tenía un chiste… todavía los tengo, pero ahora me duelen adentro. Como cuando no pude, no quise ir a entrenar ni firmar ese puto contrato, como cuando vinieron a pedirme la ropa y no se las quise dar, como cuando los muchachos me pasaban a buscar de madrugada para ir a trabajar. Siento ese frío, el frío del fierro, del picaporte de una casa que no es mi casa, es el mismo frío metálico, muerto, del estetoscopio de Ramos, de las manos de Ramos palpándome el pecho. Usted tiene que hacer el tratamiento, José, es la única manera…

Salgo del hospital con la cruz y la angustia a cuestas. Con el certificado de defunción firmado, con el último viaje al pasado. Yo no podría, aunque quisiera, Doctor, porque mi cuerpo se rindió  hace años y ya no pica al vacío, las piernas no responden, la pelota se me escapa, está lejos y yo ya estoy afuera de la cancha. Vuelvo al barrio, las canchas están vacías y la que era nuestra, ahora está llena de casillas. Avanzo a paso lento por la calle Chivilcoy, asegurando cada paso y cada palabra para cuando los chicos se me acerquen, me abracen y me pidan un cuento nuevo, o que les cuente si fui al cementerio a charlar con su mamá. Pero nadie se me acerca. Escucho un murmullo a lo lejos, las casas, la calle, los pasillos… no hay nadie. Doblo la esquina y en la puerta de mi casa una reunión, una fiesta, una alegría, como si fuera una tribuna gritando por un nombre, por un apellido, esas canciones más cantadas que el himno… Y veo, apenas, una sonrisa que conozco, unos rulos afeitados por los años y las canas, una pelota bajo el brazo, los botines en la mano y una mirada que me busca, esperándome para ir a patear.





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