El soquete

Esa mañana, sonará el despertador, y lo voy a posponer, una y otra vez. Los pensamientos serán suicidas, exagerados. Gritos que ahogará la almohada y piñas contra la cama. Con vehemencia y sin contemplaciones, daré un salto de entre las sábanas:  apenas voy a darme cuenta que me falta una media cuando, ya sentado, apoye los pies en el suelo helado. Primera frustración del día. Las aventuras en vano de mis manos, buscando entre la frazada y el cubrecama. Al final será solo un soquete. Un soquete que en ese momento, tendrá la suficiente importancia, para debatirme entre el llanto y la puteada. Un soquete, huérfano y sucio, que me transferirá su condición incompleta, lo imperfecto de su existencia, ¿De qué sirve un soquete sin su par? Solo es un vacío de sentido, un pedazo de tela, inútil y melancólico pedazo de tela. Asique, como ese soquete, mientras me tildo frente al espejo, pensaré en la muerte. En la muerte de mis deseos, de mis placeres. Y pensaré en ella y será otro adiós, a la fantasía de  su nombre y de su piel, a las nostalgias que me presentó la distancia, a los espacios que no pude llenar después de su partida y con los que, en mero acto de supervivencia, me amigué. Y consideraré mi suerte, a diferencia del soquete, al menos mi cuerpo volverá a ser reciclable, casi en serie, se readaptará a un sistema donde la rutina me despojará de mis angustias, de sus cartas, de mis recuerdos, de sus canciones. Me aliviaré, al menos, camino al baño y al aseo. Casi estaré listo para ser lo que otros quieren de mí, de nuevo. Un resto de cuerpo obediente, un pedazo de tela, un soquete sin su par pero al menos funcional. 

Infalible placebo para el desamor.





Comentarios

Entradas más populares de este blog

La teoría

La madurez de las paltas

Dios me cagó la vida