Netflix



    Quisiera saber porque Netflix les cambia los nombres a las películas. Como si necesitara someter todas las palabras a su filtro sesgado de mercadeo, a ver qué está bien y que está mal. Como si el título de una película no fuera importante, como si en verdad no dijera algo importante de lo que allí pasa, como si algo de eso avergonzara al Ceo de Netflix, que al final decide convenientemente la identidad la película, a costas y padeceres de quien la imaginó, la creó y la filmó. En fin, no sé si es importante este residuo de indignación que me ataca cuando estoy aburrido, en realidad me lo olvido, cuando vuelvo a encontrar el corpiño de Sofía entre el desborde de ropa y calzoncillos de mi placard. Siempre que lo encuentro, lo aprieto, lo palpo, lo huelo, me vuelvo a sentir un pelotudo que no puede despegarse de sus placeres masoquistas, ese umbral perverso que es el autoflagelo y que solo justifica a los otros placeres que aparecen después para consolarme. Como si no fuera suficiente cringe, vergüenza ajena, sentir la misma melancolía todos los domingos. Es que vamos, todos necesitamos castigarnos un poco para después darnos lástima. Los animales curan sus heridas con la misma lengua que se lamen el culo, los humanos le escribimos cartas y poemas. En fin, lo que más me rompe las pelotas de Sofía, es que siempre buscaba estar incómoda. Yo no podía gustarle, pero le gustaba, entonces ella buscaría cosas para no gustarle. Disfrazaría todo aquello de lo casual, la película estuvo bien, el helado también, me gusta coger, tuve ataques de pánico, ya sabés, hablame de tu ex, y no me importa si te llevás bien, y qué si la tenés en facebook, ¿porqué la tenés? cualquiera, ¿querés tomar algo más? Porque yo me quiero ir a casa, total no somos nada. Y es la última vez, ya no nos podemos ver. Vos sentís algo que yo no, y no te quiero herir. Pero te doy la mano, caminemos de la mano ¿Me acompañás? Me revientan esas cosas que tienen algunas chetas, que quieren ser hippies, y todo ese cuento de la libertad y el arte, y lo hermoso de viajar, pero al final su rebeldía se agota en las reglas para la vida que les dió mamá y papá, y el negocio y la herencia familiar. Y siempre aparece un pelotudo, como yo, que me enamoro de los silencios y de las cosas que no se dicen, en fin, de lo que no sé si existe. El tarado que se queda bicicleteando en el aire, después de leerse en el deseo y en la cobardía del otro. Por favor, no me escribas más, quisiera que hablemos, ¿Te gustó el libro?, todavía pienso en vos. Eso es lo que más lamento, Martín, que nunca pude ser yo con vos. Te enamoraste de una foto. 

Y que mierda hago con este corpiño acá, qué pelotudo. Y qué va a saber ella de qué me enamoré yo.

    

     Vuelvo a Netflix. Como te decía, nunca voy a entender porque se esfuerzan tanto en cambiarle el nombre a la película, en hacerlos más bonitos, más pintorescos y menos auténticos. Que no desentonen con el estilo. Como si algo allí, de lo real, les avergonzara, los incomodara. 

    


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